En general los
niños y niñas que asisten a la escuela asocian el adjetivo “artística” con un espacio y un tiempo,
recortados o abstraídos del espacio y tiempo escolar, en los cuales podrán
expresarse y aprender formas de expresión relacionadas con unos códigos
diferentes a los que habitualmente se privilegian en las aulas. Las recientes
decisiones que los docentes han tomado en cuanto a la introducción de
contenidos prescritos en el área del Conocimiento Artístico están redefiniendo
las posibilidades de la escuela en tanto formadora de espacios de aprendizajes.
Los estudiantes comienzan a percibir que también es factible expresarse
utilizando otros medios diferentes de la palabra escrita y que ello los
habilita a sentir que tienen algo para decir que no fue dicho de la misma forma
por otros cuya voz ha sido y es validada como incuestionable.
Durante mucho
tiempo, a través de la historia de la escuela como institución moderna, algunas
voces consideradas de autoridad fueron privilegiadas por encima de cualquier
expresión de las nuevas generaciones, que, en suma, no tenían otro rol que el
de recibir y aprehender aquello que fue dicho por quienes “saben”. Para ello se
exigió de los niños y niñas la responsabilidad de desarrollar una única forma
de conocimiento del mundo que, en la medida en que fuera desarrollada con mayor
adecuación habilitaría a más y mejores acreditaciones académicas: la lengua
escrita. Quien supiera leer y escribir con mayor solvencia lo dicho por “el
otro que sabe”, mayores posibilidades de acceso a la participación en la
cultura lograría alcanzar. En esta dinámica de la aprehensión de los objetos
culturales, fundamentalmente los provenientes del terreno de las ciencias
humanas y de las exactas se descuidó un componente sustancial de la formación
de los sujetos: su propia subjetividad. Un descuido que nada tiene de inocente
y que puede ser entendido como un mandato que trasciende el terreno de lo
educativo para situarse en un territorio mucho más abarcador: el de la
formación de los hombres y mujeres funcionales a las necesidades políticas y
económicas en el marco de fundación y refundación de las sociedades modernas.
El decir se constituyó desde el imaginario de nuestras sociedades como un
derecho –un permiso- restringido a unos pocos privilegiados. El resto, solo
debería cumplir con aprehender lo dicho por quien contara con esa licencia.
Por lo antes
expuesto es que entiendo que nos corresponde a los docentes y educadores tomar
la decisión fundamental que hará la diferencia en la construcción de nuestra
profesionalidad: continuar haciendo la vista gorda a la negación de las
subjetividades que se han construido y construyen día a día en las aulas –sea
con intervenciones conscientes, sea con omisiones- o habilitar un nuevo territorio en el que
efectivamente todos hagamos uso del derecho a decir quienes somos y no somos en
el encuentro con los otros y con los objetos que el mundo nos provee. Unos encuentros
que habiliten redefiniciones, transformaciones, creaciones genuinas,
empoderamiento de medios que hagan posible nuestra expresión en tanto sujetos,
gozo, interpretaciones originales, formas de decir. Habilitar estos espacios y
medios para la expresión de las subjetividades es un compromiso con todos los
niños, niñas y jóvenes que integran el colectivo de aprendizaje de que somos
parte, y no podemos concebirnos fuera del mismo como una suerte de iluminados
que hacemos el favor a las nuevas generaciones de permitirles tomar tal o cual
objeto de la cultura, sino que nos implica a nosotros mismos. Habilitar un
nuevo territorio en el que todos –nosotros incluidos- nos hacemos a nosotros
mismos, nos construimos en cuanto sujetos con conciencia y responsabilidad de
lo tanto que tenemos para decir sobre el hecho de estar vivos y con la libertad
necesaria para tomar la palabra, con el medio que elijamos y que mejor nos
exprese. He aquí una redefinición de nuestra postura como enseñantes: no nos
limitamos a enseñar al niño lo que otros pudieron hacer mediante el dibujo, ni
lo que otros dijeron mediante el color, sino que nos comprometemos en habilitar
el tiempo, el espacio y los medios para que todos podamos encontrar qué tanto
nos sirve el dibujo o el color para expresarnos a nosotros mismos y dar significado
al mundo que habitamos. La clase de “artística” pone a disposición de los
estudiantes el descubrimiento y empoderamiento de una de las zonas de la
experiencia humana que todos tenemos el derecho de transitar.
Si algo nos
diferencia diametralmente de los demás seres vivos es nuestra capacidad de
“decir” el mundo, de expresarlo: tanto el mundo en el entendido de lugar en el
que habitamos como el mundo en tanto construcción sígnica y simbólica o el
mundo como experiencia íntima de cada individuo. “Decimos” el mundo, entonces construimos
pensamiento. Construimos pensamiento, entonces asumimos acción. Asumimos
acción, entonces somos. ¿Cuánto crédito daremos a la expresión artística en
esta búsqueda de ser?
Las intervenciones en
el área del conocimiento artístico, y fundamentalmente en el sector de las
Artes Visuales, constituyen en la actualidad una urgencia educativa, en el
entendido de que es urgente y necesario ampliar las posibilidades de
significación, comprensión, aprehensión y reconstrucción de las experiencias de
los seres humanos con los otros, con el mundo de los objetos y consigo mismos.
Constituirse personas es un proceso que no se agota en el aprendizaje de
contenidos ni habilidades instrumentales del campo de las ciencias objetivas o del
lenguaje primario, sino que lo trasciende y exige de la ampliación del
imaginario cultural y del desarrollo de competencias que nos habiliten a
significar los diversos mensajes que nos provee la semiósfera en la que
habitamos y nos habiliten, asimismo, comunicación efectiva.